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La verdad incómoda del entrenamiento de defensa de armas blancas. Entrenar para lo Imposible, Sobrevivir a lo Inimaginable Por:

Jose Vicente Chaquet Aznar Presidente y director técnico AFIA

 

Enfrentarse a un arma blanca en una situación real es, sin duda, uno de los escenarios más peligrosos, caóticos y difíciles que puede vivir cualquier persona. Ni siquiera los expertos más preparados salen ilesos de este tipo de enfrentamientos. Hay que decirlo con claridad: la posibilidad de salir sin heridas cuando alguien te ataca con un cuchillo es prácticamente inexistente. Ante esta realidad, la única opción sensata y realista no es entrenar para “ganar” o salir ileso, sino para reducir al máximo el daño y, si las circunstancias lo permiten, neutralizar la agresión de forma contundente y poner fin a la amenaza lo antes posible. Pensar en desarmar al agresor o controlar la situación es una visión poco realista. En la calle, frente a un arma blanca, el objetivo no es dominar al otro, sino sobrevivir. Y eso significa actuar con rapidez, eficacia, y, sobre todo, con criterio, buscando minimizar las heridas, escapar del peligro o desactivar la agresión si hay una mínima posibilidad real de hacerlo. Minimizar las consecuencias puede ser la diferencia entre vivir o morir, y eso solo se logra con un entrenamiento serio, comprometido, riguroso y profundamente realista. Por este motivo, AFIA ha creado su programa de Defensa Personal Reactiva frente a armas blancas, una metodología que se aleja por completo de los enfoques de las artes marciales tradicionales. Aquí no hay lugar para métodos ilusorios ni técnicas vacías que solo construyen una realidad ficticia incompatible con la violencia real. Lo que sí se ofrece es trabajo duro, sudor, simulaciones exigentes, realismo total y una preparación integral —psicológica y cognitiva— orientada a la toma de decisiones bajo presión y la reacción ante lo imprevisible.

Además, AFIA ha asumido con total compromiso la responsabilidad de ofrecer cursos de manera altruista en prevención, orientación y concienciación sobre el peligro real que representan las armas blancas en nuestra sociedad actual. Esta labor divulgativa no es una opción secundaria, sino una parte esencial de nuestra misión. Estos cursos están dirigidos tanto a adultos como a jóvenes y adolescentes, muchos de los cuales ya han comenzado a normalizar el uso o la posesión de cuchillos sin comprender las consecuencias devastadoras que esto puede provocar —no solo para quienes los portan, sino también para quienes les rodean. Las noticias no mienten: el número de peleas con armas blancas está creciendo, y los protagonistas cada vez son más jóvenes. También se usan en agresiones a mujeres, en discusiones entre adultos e incluso en robos violentos. Por eso, el entrenamiento no puede limitarse únicamente a repetir movimientos de forma mecánica mediante la memoria motora. Creer que una secuencia física memorizada será suficiente para enfrentarse a una agresión con arma blanca es una ilusión peligrosa. En un entorno controlado, el cuerpo puede ejecutar técnicas automáticas, pero en una situación real, caótica y cargada de estrés, eso no basta. La defensa personal realista exige mucho más que reflejos condicionados. Requiere que la persona entrene también su capacidad cognitiva y psicológica: entender el entorno, interpretar señales previas a la agresión, gestionar el miedo, tomar decisiones bajo presión, adaptarse a la imprevisibilidad del momento y saber cuándo escapar o intervenir. Solo así se puede aumentar, aunque sea en un porcentaje bajo, la probabilidad de evitar una herida grave o letal. Porque en la calle no hay repeticiones ni segundos intentos. Solo reacción, caos y consecuencias. En el aprendizaje se debe incluir el desarrollo de la conciencia situacional, la capacidad de anticipar una agresión y tomar decisiones bajo presión real.

Desde aquí, y con el respeto que merece toda trayectoria marcial tradicional, pero también con la firmeza que exige la responsabilidad ética, quiero lanzar una advertencia clara: seguir enseñando defensas contra cuchillo basadas en técnicas obsoletas —como luxaciones directas o movimientos coreografiados carentes de presión real— es un grave error que puede tener consecuencias fatales. Estas prácticas, lejos de preparar a una persona para una situación real, construyen una falsa sensación de control y seguridad. Y esa ilusión, cuando se enfrenta al caos, la violencia y la velocidad imprevisible de una agresión con arma blanca, se materializa en cortes reales, profundos y desgarradores que no solo abren heridas físicas en el cuerpo, sino también traumas duraderos en la mente. En muchos casos, como ya ha ocurrido demasiadas veces, la consecuencia final no es solo una herida: es la muerte. No se trata solo de ineficacia técnica, se trata de negligencia formativa. Continuar transmitiendo este tipo de defensas sin un replanteamiento crítico y sin contraste con la realidad actual es exponer al alumno al fracaso y al peligro sin que ni siquiera lo sepa. Lo más sorprendente —y preocupante— es que muchos de estos “maestros” tienen una larga trayectoria y experiencia adquirida y saben perfectamente el peligro real que implica un arma blanca, y aun así, siguen transmitiendo técnicas que no funcionan fuera de un entorno controlado. ¿De verdad creen en su efectividad? ¿Son conscientes del riesgo al que exponen a sus alumnos? Es hora de que alguien se lo haga ver.

Yo también cometí ese error. Durante mi etapa como “maestro” en Hapkido, enseñé esas mismas técnicas coreografiadas que hoy cuestiono con firmeza. En aquel momento, las transmitía convencido de que eran válidas, sin detenerme a analizar su efectividad real fuera del entorno del entrenamiento. Mi trayectoria marcial ha sido larga, intensa y profundamente comprometida, y precisamente por eso hoy tengo la obligación de reconocer que me equivoqué. No me excluyo. Fui parte de ese sistema que repetía fórmulas sin contrastarlas con la realidad callejera. Y es ese mismo camino recorrido el que me permite ahora advertir con conocimiento de causa: esas técnicas, fuera del entorno controlado, no funcionan. Y seguir enseñándolas sin cuestionarlas es una irresponsabilidad. Por eso, desde AFIA, hago un llamamiento a la responsabilidad de todos los que enseñan defensa frente a armas blancas. Formar a alguien no es jugar con su vida. Se necesita experiencia real, compromiso ético, conocimiento actualizado y un enfoque sin adornos ni engaños. La vida de las personas está en juego, no es un espectáculo. Las agresiones con cuchillo no son ficción. Ocurren en nuestras calles, en nuestras ciudades, cada día. No es una exageración, es una advertencia basada en hechos.

Desde AFIA lo decimos alto y claro: no existe una defensa totalmente eficaz frente a un arma blanca. Quien afirme lo contrario miente y engaña, y pone en peligro la vida de quienes le creen.

Nuestra propuesta no es cómoda ni espectacular. Pero es real. Porque en AFIA no entrenamos para aparentar. Entrenamos para sobrevivir.

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